La banalidad de la mentira. Su relación con la práctica médica

The banality of lying. Its relationship with medical practice.

Med Int Méx 2024; 40 (8): 461-464. https://doi.org/10.24245/mim.v40iSeptiembre.10014

Alberto Lifshitz G

Académico. Academia Nacional de Medicina.

Es tanta la fuerza de la repetición que todos creen que algo pasó. Pero que

lo crean todos no significa que exista ohaya ocurrido.

En un tiempo todos creían que la tierra era plana.

Fernando de la Rúa

Hana Arendt, la filósofa y teórica política alemana, acuñó la frase “La banalidad del mal” a propósito de la responsabilidad de Adolf Eichman en los crímenes de guerra del nazismo, asumiendo que solo cumplía órdenes para quedar bien con sus jefes y sin ninguna consideración de orden moral; más aún, sin reflexionar siquiera.1 El término ‘banalidad’ se equipara con insignificancia o intrascendencia, dando a entender que haber ordenado la muerte de tantas personas fue un simple acto burocrático, sin que los escrúpulos, el arrepentimiento o las culpas le perturbaran la consciencia, dado que el bien mayor era cumplir las órdenes superiores, porque así lograría reconocimientos o, incluso, ascensos.

El adjetivo de ‘banal’ puede aplicar también para la mentira, que hoy inunda la información sin que ello trascienda suficientemente. Igual podría hablarse de banalidad de la verdad en tanto que en muchas ocasiones ha dejado de tener importancia o el valor que habitual y naturalmente se le concede. Se han hecho extensas disertaciones filosóficas sobre la verdad, la veracidad y la mentira,2 pero para propósitos de este ensayo la referencia será tan solo la realidad sensible. Discutir el valor de la verdad pareciera innecesario, pues parece incuestionable, pero ahora se legitima la mentira como estrategia socialmente válida para lograr ciertos fines. Por supuesto que el tema no es nuevo pues la historia está llena de mentiras y de mentirosos famosos, pero cuantitativamente parece haberse incrementado, difundido mucho más y la sociedad haberlo justificado.

La medicina, en tanto que está sustentada en la ciencia, tiene un incuestionable compromiso con la verdad. No obstante, en su ejercicio habitual tiene muchas confrontaciones con la mentira, lo que a veces se menosprecia, se soslaya o no se reconoce. Estas líneas aspiran tan solo a poner en evidencia algunas de estas tensiones para que cada quien tome las decisiones que considere pertinentes y asuma la responsabilidad por ello.

La política y la mentira

Uno de los ámbitos en los que más se ha legitimado la mentira ha sido en la política; la opinión popular es que el discurso político está cargado de promesas irrealizables, autoalabanzas, justificaciones sin suficiente sustento, autocomplacencias e informaciones sin fundamento. No obstante, los fieles adeptos, incondicionales, las compran y las defienden. Se ha acuñado desde hace algún tiempo el término de ‘posverdad’ o verdad alternativa (o mentira emotiva) en el que los mensajes no van dirigidos al área intelectual sino a la emocional, de tal manera que las personas creen en lo que quieren creer, lo que satisface mejor sus expectativas y deseos,3 lo que contribuye a construir precisamente la banalidad de la mentira. Decía Julio César: “Lo que deseamos, lo creemos fácilmente, y lo que pensamos, imaginamos que otros piensan”. Se considera que la posverdad es una distorsión deliberada de la realidad con el fin de manipular creencias y emociones para influir en la opinión pública y las actitudes sociales. Ni duda cabe que el discurso político influye en las percepciones de toda la sociedad, incluyendo médicos y pacientes alrededor de los temas sanitarios. Una muestra palpable se dio a propósito de la pandemia de COVID-19 en la que dominó la opinión de los políticos por encima de los técnicos expertos para orientar los cuidados que habría de tener la población.

Noticias falsas

La función social de la prensa es difundir información sobre la realidad cotidiana, pero una desviación común ha sido la de aprovechar el acceso al gran público (y aun arriesgar la propia credibilidad) para propagar mensajes falsos (fake news) que tienen propósitos distintos, como orientar la opinión pública en cierto sentido, promover una conducta social en favor de una corriente, un producto o servicio, generar desconfianza, preparar una campaña publicitaria o, simplemente, ganar lectores. Por supuesto que no es la prensa formal la que más difunde noticias falsas, sino la informal que utiliza las llamadas redes sociales con lo que tales noticias se difunden rápidamente. A propósito de la medicina y las falsas noticias, un buen ejemplo también ocurrió durante la pandemia de COVID-19 en la que los periódicos y las redes sociales se llenaron de teorías patogénicas, remedios y explicaciones fantásticos en lo que se llamó “la otra pandemia”.4

La publicidad

La mercadotecnia es una estrategia eficaz para vender y también para promover e incentivar conductas relacionadas con la salud, aunque casi siempre supeditadas a algún interés económico, salvo tal vez la conducida por la autoridad sanitaria. Dado que con frecuencia se cae en exageraciones o medias verdades supeditadas al fin de lograr impactos, la publicidad se reglamenta por la autoridad, aunque los publicistas encuentran los recovecos que les permiten exaltar sus productos sin violar la regulación. No todas las empresas tienen los estándares éticos que el bien superior de la salud exigiría, lo cierto es que el público es bombardeado por mensajes que lo menos que originan es confusión si no es que una desviación de las prácticas favorables a su salud, o que francamente promueven medidas y remedios ineficaces o hasta dañinos.

La mentira piadosa. La verdad dañina

Un agobio que enfrentamos frecuentemente los médicos es la necesidad de dar malas noticias. Es éste un compromiso indeclinable que no puede delegarse; el médico tratante tiene que enfrentarlo, aunque sea él mismo la segunda víctima. Pero no rara vez enfrenta la tentación de negar las malas noticias o, al menos, matizarlas. El compromiso con la profesión es, desde luego, mantener o restaurar la salud, pero también disminuir el sufrimiento, y en este sentido la mentira piadosa (también llamada ‘mentira blanca’) ha contado con argumentos que la justifican. Muchas veces la familia del paciente solicita que no se le revele a éste la verdad porque puede dañarle, adicionalmente a lo que ya le daña su enfermedad.

En algunas sociedades, casi siempre por evitar demandas y reclamaciones posteriores, los médicos informan a los pacientes con la verdad por más cruda y dañina que pueda ser, sin atenuarla para que no haya malentendidos. En otros casos, se intenta minimizar el daño que la verdad despiadada puede adicionar, mediante ciertas estrategias que no necesariamente incluyen la mentira piadosa.5 Se ha intentado, por ejemplo, administrar la verdad planeando el momento, la secuencia, la progresión, el lenguaje, el recinto, los testigos y teniendo siempre en cuenta la vulnerabilidad emocional del paciente; otros prefieren solo contestar las preguntas que plantee el paciente, sin mentir, pero sin información adicional, dado que hay pacientes que no quieren saber la verdad. También deben tomarse en cuenta las consecuencias prácticas de revelar los malos pronósticos, por ejemplo, elaborar testamento, ponerse en paz con su conciencia o dejar indicaciones. Y siempre que sea posible no desalentar la esperanza sin decir mentiras, pues, como se dice, las mentiras piadosas siguen siendo mentiras.

No reconocer la propia ignorancia

Particularmente expuestos a la necesidad de esta aceptación son los profesores que en un contexto educativo tradicional se identifican con quienes todo lo saben de su materia. No habría ningún desdoro en contestar ‘no sé’, pero se puede caer en una responsabilidad ética más o menos grave cuando se inventa la respuesta. Igualmente, los médicos no pueden saber todo lo que su profesión exige, pero pueden consultarlo antes de tomar decisiones o improvisarlas.

La verdad en el encuentro médico-paciente

La relación médico-paciente tiene su fundamento en la confianza mutua y, aunque no se puede exigir a los pacientes que digan la verdad, los médicos tenemos que creerles. Con las consideraciones relacionadas con las malas noticias referidas en el párrafo anterior, el médico está obligado a la verdad en su comunicación con el paciente, no solo por razones morales sino también prácticas porque si el paciente descubre mentiras perderá la confianza. Por supuesto que los médicos pueden equivocarse, pero hay una diferencia entre ello y mentir a sabiendas: inventar diagnósticos, recomendar tratamientos que saben que son inútiles, exagerar los pronósticos para aparecer como salvadores y otros.

Pseudociencia

La falsa ciencia está muy extendida;6 la habilidad para descubrirla y diferenciarla de la ciencia verdadera no está suficientemente desarrollada aun en los profesionales de la salud, y el daño que puede hacer es enorme. Alguna pseudociencia es la que se difunde con fines comerciales, incluyendo la que apoya a algunas medicinas alternativas o paralelas como parte de la mercadotecnia. Pero también es pseudociencia la que se hace de buena fe, pero sin metodología apropiada, la que pretende solo incrementar el currículum o acceder a los incentivos que aspiran a promover la ciencia, pero se pervierten. En ello caben los múltiples fraudes científicos de los cuales hay auténticas antologías.7

Ahora se ha agregado otro elemento de juicio que es el descrédito ideológico, en el que se descalifica la validez del conocimiento en razón de la ideología de quienes lo generaron (recuérdese la afirmación de “ciencia neoliberal”).

La verdad científica, con todo el valor que le concede la metodología con la que se descubre, tiene una vigencia transitoria en tanto que se genera nueva información que la modifica. Esto tiene que tomarse en cuenta en relación con la verdad y la mentira, porque las mentiras de antes pueden ahora ser verdades y viceversa.

Conclusión

Legitimar la mentira se está convirtiendo en una práctica para justificar intereses diversos. La distinción entre verdad y mentira ya no parece tan delimitada en la medida en que hay medias verdades (o medias mentiras), verdades transitorias, mentiras convenientes, convincentes, compasivas, útiles, provisionales, y verdades cuestionables, relativas, dañinas y crueles. El reto es desenvolverse en este desconcierto, buscando los mejores desenlaces y haciendo honor a una profesión que ha dado muestras históricas de su compromiso con la salud.

_______________________________________________________

1 Rodríguez LH: “Sobre la banalidad del mal”. Newtral 2019. https://www.newtral.es/hannah-arendt-sobre-la-humanidad-del-mal/20191014/

2 Vide-Rodríguez V: “Análisis filosófico y teológico de la mentira desde la teoría de los actos del habla”. Revista Perseitas 2016; 4 (2): 153-175.

3 Rodríguez-Andrés R: (2023) https://theconversation.com/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-posverdad-213481

4 https://www.gob.mx/profeco/es/articulos/noticias-falsas-la-otra-pandemia?idiom=es

5 Gómez-Sancho M: Cómo dar malas noticias. (2019). México. El Manual Moderno.

6 Gross C: (2015)“Scientific Misconduct” Gross C. Scientific Misconduct. Annu Rev Psychol 2016; 67: 693-711. doi: 10.1146/annurev-psych-122414-033437

7 Freeland-Judson H: Anatomía del fraude científico. 2006. Barcelona. Editorial Crítica.

Recibido: agosto 2024

Aceptado: agosto 2024

Correspondencia

Alberto Lifshitz G

[email protected]

Este artículo debe citarse como: Lifshitz GA. La banalidad de la mentira. Su relación con la práctica médica. Med Int Méx 2024; 40 (8): 461-464.

Sobre el Autor

Sin comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *