El débito de la tecnología médica

The debit of medical technology.

Alberto Lifshitz

Secretaría de Enseñanza Clínica, Internado Médico y Servicio Social, Facultad de Medicina, UNAM, Ciudad de México.

La medicina clínica se ha seguido transformando. Las circunstancias de la pandemia de COVID-19 han propiciado una reactivación de la telemedicina, ha exigido restricciones para el contacto físico entre médico y paciente, ha estimulado la educación médica a distancia, ha promovido el énfasis en los aspectos deontológicos de la práctica y ha hecho más consciencia de la vulnerabilidad del personal de salud y de los estudiantes, que hoy ya no parecen sujetos de enseñanza directa en la cabecera.

Asimismo, vivimos la era tecnológica. Por supuesto que no todo lo que está ocurriendo es consecuencia de la tecnología, pues hay muchas concomitancias y derivaciones, como la globalidad, la desconfianza, la participación social creciente, la nueva consciencia ecológica, la fascinación por la democracia, los estilos de vida, el movimiento de la bioética, el de la medicina basada en evidencias, la sobreinformación, la postverdad, la poliómica, la pandemia y seguramente muchas cosas más, de modo que sería injusto atribuir a la tecnología los males (y los bienes) de nuestra época. La tecnología nos ha ofrecido soluciones nunca antes imaginadas y en el terreno de la medicina ha revolucionado verdaderamente la práctica. Las posibilidades de que la profesión ayude auténticamente a los pacientes se han multiplicado y también lo ha hecho la oportunidad de conocer más pronto los avances que van surgiendo para que seamos más eficaces como médicos. Vivimos en un mundo diferente en el que la práctica clínica y la educación médica se han transformado. Hoy se puede hablar, con toda propiedad, de una nueva clínica, que incluye el uso inteligente de la tecnología a favor del paciente y de una nueva educación médica.

La tecnología se ha impuesto porque han coincidido varios imperativos. El de disponibilidad, dado que aún con las limitaciones económicas la tecnología se ha ido acercando a las áreas de atención médica, y tenerla cerca genera un impulso natural a utilizarla; el imperativo de la eficacia implica reconocer su superioridad ante muchos procedimientos tradicionales; el de la objetividad, que no solo permite comprobar fielmente los hallazgos, sino conservar y archivar las evidencias necesarias, particularmente ante cuestionamientos futuros por cualquier razón; y un imperativo económico que señala que si algo existe es porque es negocio; hoy no se paga por una laboriosa y completa exploración neurológica, por ejemplo, pero sí por una resonancia magnética o una tomografía computada.

Pero esta revolución (como todo) ha tenido su precio. Por un lado, ha contribuido al incremento en los costos de la atención médica (aunque no sea la única causa); relacionado con esto están las limitaciones a la accesibilidad; ni todos los médicos ni todos los pacientes tienen acceso a toda la tecnología moderna. También hay que reconocer que ha contribuido a convertir a los médicos en manejadores de aparatos, lo que por sí mismo no sería un inconveniente, si no fuera por propiciar que se subordinen a ellos y que se vuelvan dependientes, de tal manera que la falta del artefacto (aún por reparaciones o mantenimiento) los paraliza. Otro costo de esta era tecnológica ha sido la atrofia de la clínica en la medida en que se ha dejado de usar, por más que cabe la consideración de que varios procedimientos clínicos se van volviendo obsoletos y merecen dejarse de usar.

Algunas personas tienden a oponer la tecnología a la clínica tradicional, pero habría que reconocer que éste es un dilema artificial, puesto que se trata más bien de realidades complementarias, no opuestas. Los más elementales instrumentos médicos, como el estetoscopio, el esfigmomanómetro y una lámpara, son dispositivos tecnológicos, y si el término se extiende hacia caminos y procesos, la historia clínica es también una tecnología.

Más que enfrentar las dos tecnologías, acaso pueda identificarse la manera de usarlas bien y no tanto de elegir entre una y otra. Habría que empezar por distinguir el uso juicioso, racional y apropiado de aquél que no tiene estas cualidades y en la práctica cotidiana de la medicina clínica se pueden identificar ciertamente algunas conductas que podrían calificarse de inconvenientes y que se sustentan en argumentos cuestionables:

– Suplementariedad: esto se revela cuando la tecnología moderna, en vez de usarse como complementaria (una además de la otra), se emplea como suplementaria (una en vez de la otra). Esta crítica no aplica, desde luego, a las circunstancias en las que se ha probado que la clínica tradicional no es eficaz.

– Parsimonia: se refiere a la tendencia a utilizar la tecnología compleja y costosa cuando no es necesaria.

– Redundancia: utilizar la tecnología compleja y costosa únicamente para confirmar lo que ya es evidente con solo la clínica convencional.

– Inmoderación: se cae en ella cuando se utiliza la tecnología costosa en casos en que una menos onerosa podría dar resultados similares.

– Medicina defensiva: se realizan pruebas con el fin de prepararse ante eventuales demandas o reclamaciones y no para atender necesidades del paciente.

– Indolencia: es utilizar tecnología avanzada por pereza para realizar procedimientos más sencillos, pero más laboriosos y tardados.

– Compromiso y conflictos de interés: el compromiso puede ser con el fabricante, distribuidor o promotor de la tecnología porque ha patrocinado beneficios para el médico, o éste tiene intereses en forma de dividendos por la frecuencia con que se usa la tecnología en cuestión.

Una manera conveniente de utilizar la tecnología tiene que ver con lo que se ha llamado simplificación postecnológica que consiste, precisamente, en utilizar la tecnología para aprender a prescindir de ella.

Como quiera que se vea, la invitación es a adoptar posturas críticas y no solo incorporarse sumisamente a las corrientes confortables, tanto para sacar mejor provecho de las maravillas con que contamos como para mantener una postura digna de la profesión que escogimos.

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