Otelo. Metáfora del diagnóstico erróneo*

Med Int Méx. 2017 enero;33(1):1-3.

Alberto Lifshitz

* A propósito de los 400 años de la muerte de Shakespeare. Leído y comentado en el simposium Cervantes, Shakespeare y Garcilaso De la Vega: mirando desde la medicina a 400 años de su muerte, organizado por la Facultad de Medicina.

ANTECEDENTES

La figura de Otelo, el moro de Venecia, adquirió significado para la Medicina y las ciencias de la salud como ejemplo de los celos patológicos, la celotipia, que también se conoce, precisamente, como “síndrome de Otelo”. Y es que, como suele suceder con la nota roja, se tiende a destacar el hecho de sangre, el visible, el superficial, el del marido celoso que mata a su esposa y el asunto culmina en una tragedia colectiva, pero muchas veces sin un análisis del trasfondo. La noticia de nota roja probablemente sería: “Negro maldito asesina a su rubia esposa por celos y luego se quita la vida”, mientras que una nota periodística seria daría cuenta de cómo el alférez de Otelo dio salida a su resentimiento y odio, maquinando una compleja intriga en la que involucra a Casio, Rodrigo y a Emilia, su esposa.

La creatividad de Shakespeare fue magistral en muchos sentidos, pero particularmente generosa en la creación de personajes. Varios de los protagonistas de sus obras han quedado como prototipos para muchas generaciones: Romeo y Julieta, Hamlet, Macbeth, el Rey Lear y, por supuesto, Otelo.

Este personaje es particularmente destacado. Es, en primer lugar, un “moro”, lo que significa una de dos cosas (o ambas): un árabe, probablemente musulmán, o un negro o por lo menos de piel oscura. Todo parece indicar que era nativo de una parte de África, que incluso fue vendido como esclavo cuando era joven, pero que gracias a su valor e inteligencia logró lo que muy pocos moros podían hacer en esa época: llegar a ser general y convertirse en el referente cuando de combatir enemigos se trataba. Cuando se necesitó quién encabezara las tropas venecianas para pelear contra los turcos en Chipre, nadie dudó que el indicado era Otelo. A muchos analistas les ha llamado la atención que Shakespeare haya elegido un protagonista negro o moro. La sociedad de entonces, y durante mucho tiempo después, era totalmente prejuiciosa y maniquea contra los moros, y acaso los admitía en una pieza teatral o literaria como villanos, como los malos. De hecho, no concebían delincuentes blancos y mucho menos, nobles. En su visión, todos los malos eran negros u otra variedad de moros y todos los negros eran malos. Las representaciones del Otelo de Shakespeare y de la ópera de Verdi generalmente exigen del actor o el tenor dramático que se pinten el rostro de negro, aunque por supuesto que los ha habido que son verdaderamente negros. Sin embargo, también ha habido Otelos blancos y hasta una mujer blanca ha interpretado a Otelo. Verdi y su guionista, para evitar que intrusos identificaran en lo que estaban trabajando (la ópera Otelo) aludían en sus mensajes al chocolate.

Lo inusitado es que en el drama de Shakespeare, Otelo es un héroe. No eran comunes los héroes negros (y menos para los británicos). Comandante de las tropas venecianas con un amplio reconocimiento público, querido por el pueblo (aunque por supuesto no por todos, entre ellos Yago, por su suegro y por varios senadores). Su vida personal no era la de un paranoide que estuviera continuamente sospechando y al acecho de las traiciones o desconfiando de Desdémona, su esposa. Por eso no puede calificarse del todo como prototipo del celoso irracional. Su matrimonio interracial (también una singularidad en ese entonces y satanizado aún en nuestros días), así como su propia conciencia de ser negro y por tanto, inferior, aunque había superado ampliamente su desventaja, seguramente matizaron su percepción y la credulidad en las intrigas de Yago. Pero sí conviene insistir en que en las primeras escenas no se muestra a Otelo como una persona desconfiada, suspicaz, celosa o fantasiosa. Era un verdadero héroe, querido por todos; aun su suegro, aunque a regañadientes, acabó aceptándolo. Era un esposo cariñoso, enamorado y correspondido. Desdémona parecía estar auténticamente enamorada de él y defendió valientemente ante su padre su decisión de unirse al moro.

El más enfermo parecía ser Yago, que aprovechando la ingenuidad de varios de los personajes (incluido desde luego al propio Otelo), desarrolló una compleja intriga, matizada por ciertas evidencias plausibles, aunque hechizas. Y Otelo cae progresivamente en la certeza de que Desdémona lo engañaba por lo menos con Casio y va derrumbándose el héroe indestructible hasta convertirse en una verdadera piltrafa, sin deseo de vivir, traicionado por quien más quería y por sus amigos; paradójicamente, el único que mantenía su estima era Yago, precisamente quien le armó toda la intriga que Otelo no identificó hasta que ya era muy tarde. Otelo es, ciertamente, la historia de los celos, del derrumbe de una personalidad, de la complejidad y refinamiento que puede alcanzar la maldad humana, pero también de la ingenuidad del propio Otelo y de quienes participan en la trama.

Otelo y el diagnóstico erróneo

Otelo es también una metáfora del diagnóstico erróneo. Todo indica que Desdémona era verdaderamente inocente respecto a la infidelidad que se le supone. Su pecado fue haber sido muy bella y haberse desposado con un moro, lo que volvía creíble cualquier suposición con respecto a su adulterio. En el razonamiento clínico, comprometerse con una hipótesis temprana, aun sin indicios sólidos, se conoce como heurístico de anclaje (o de anclaje y ajuste). Consiste en basar el juicio en un valor inicial, obtenido por cualquier procedimiento, incluido el azar, para luego ir ajustándolo a medida que se añade nueva información. De allí provienen los sesgos de anclaje. Describen la tendencia humana a confiar demasiado en la primera pieza de información que se ofrece al tomar decisiones: el ancla. También se le conoce como el “efecto del enfoque”. Durante la toma de decisiones, el anclaje se produce cuando las personas utilizan una pieza inicial de información para hacer juicios posteriores. Una vez que el ancla se fija (el ojo clínico), el resto de la información se ajusta en torno a la posición del ancla, con lo que se incurre en un sesgo. Pero en el caso del pobre Otelo, las pruebas subsecuentes aportadas por Yago encajaban perfectamente en la hipótesis inicial de anclaje. Equivale a un prejuicio que limita el razonamiento lógico subsecuente. En el razonamiento clínico el sesgo de anclaje ha propiciado muchos diagnósticos erróneos. Si en cuanto llega un paciente se le atribuye una cierta enfermedad, sea por una valoración superficial o por un diagnóstico de envío o una expectativa del propio enfermo, muchas veces cuesta trabajo salirse de él. De manera coloquial se dice que es “ponerse los lentes” de algo y ya todo lo demás se ve con esta óptica. Si uno se pone los lentes de la colecistitis (se ancla en ella), todos los síntomas y signos subsecuentes se van a acomodando más o menos forzadamente: el dolor se irradia ‘un poco’ a la espalda y no todas las colecistitis tienen dolor en hemicinturón, no se acompaña de vómito, pero sí de náusea, el ultrasonido no muestra litos, pero sí algo que parece lodo, etc. Todo se vuelve compatible con el diagnóstico de anclaje.

El pobre Otelo, alimentado por Yago, construye toda una historia a partir de indicios circunstanciales o manipulados, y concluye en un diagnóstico que no da margen a uno diferencial y, por tanto, obliga a un tratamiento drástico. No hay alternativa.

Los indicios que va propiciando Yago parecen irrefutables, ni siquiera los pone en duda seriamente. La lección para el clínico es la recomendación de nunca casarse con un diagnóstico inicial ni con una sola hipótesis. Someter a prueba la hipótesis es preferible que buscar sesgadamente los elementos que la apoyen.

En nuestra profesión muchos indicios falsos vienen de la pseudociencia y la publicidad –nuestro Yago–, pero también de nuestras limitaciones propedéuticas.

Otelo es, pues, una metáfora de la celotipia, de la maquinación malévola, del derrocamiento de la personalidad, de la ingenuidad, del sesgo de anclaje, pero además fracasa en el intento de reivindicar a los no blancos puesto que lo muestra crédulo, inseguro, vengativo, irracional y apasionado.

Correspondencia/correspondence

Dr. Alberto Lifshitz

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