La pseudociencia y los falsos investigadores

Pseudoscience and false researchers.

Med Int Méx. 2017 julio;33(4):439-441.

Alberto Lifshitz

Secretaría de Enseñanza Clínica, Facultad de Medicina, UNAM.

Las pseudociencias incluyen una variedad de materias basadas en prácticas, experiencias y creencias, que no utilizan el método científico pero que se ostentan como ciencias. Su número es enorme y han logrado impresionar a mucha gente a lo largo de la historia y lo siguen haciendo aún en la actualidad. Algunas tienen una denominación propia y otras no. Son ejemplos las que han aparecido como contraparte de algunas ciencias: la astrología para la astronomía, la parapsicología para la psicología, la alquimia para la química, la numerología para las matemáticas. Probablemente la medicina es una de las que ha tenido que alternar con más pseudociencias, entre las que se incluyen muchas de las llamadas medicinas alternativas, las alternativas de la medicina y las medicinas complementarias, algunas no sin ciertos éxitos terapéuticos, como los que han tenido a lo largo de la historia muchos remedios que ahora se han mostrado como ineficaces. En muchos casos han contado con el apoyo de una publicidad que pondera como principales atributos el que son atóxicos y “naturales”. La lista de falsas ciencias y falsos investigadores a lo largo de los tiempos es interminable, pero muchos han sido identificados más o menos fácilmente. No obstante, muchas de estas pseudociencias y de estos pseudocientíficos siguen teniendo adeptos con base en anécdotas que pueden tener su explicación en el efecto placebo o en la tendencia de ciertas enfermedades a curarse solas (vis medicatrix natura).

Pero hay otra versión de la pseudociencia: aquella que da la apariencia de científica porque aparentemente ha seguido algunos pasos del método, pero que verdaderamente es una estrategia mercadotécnica o publicitaria. Promueve productos o servicios, a través de ciertos indicios que aunque no resisten un análisis metodológico serio, son capaces de deslumbrar a quienes, acaso, los ven con superficialidad, sobre todo si se publican en revistas prestigiadas. Su propósito no es contribuir a incrementar el acervo cognitivo de la humanidad sino vender su producto, y con alguna frecuencia lo logran. También son pseudociencia las investigaciones bien intencionadas pero con defectos metodológicos, como son algunas tesis o trabajos realizados por novatos sin la debida supervisión y asesoría. La literatura está plena de pseudociencia y no todos los lectores poseen la capacidad de discernirla, de tal manera que muchas prácticas comunes adoptadas por la profesión están guiadas por ella.

Podríamos decir que los falsos investigadores científicos son los que hacen pseudociencia y que basta identificar a ésta para reconocerlos. Pero resulta que también en la ciencia más formal hay falsos científicos.

La ciencia ha sido objeto de muchos incentivos, pues no cabe duda de que es necesario promoverla y estimularla, sobre todo en países como México. Ser investigador científico viste, permite el acceso a ciertas élites y no rara vez significa un ingreso económico adicional. Lograr ser reconocido como investigador científico suele ser el resultado de un largo e intenso esfuerzo, de una formación académica sólida, una disciplina personal a toda prueba, de superar una serie de sinsabores derivados de críticas, no siempre bien intencionadas, envidias y ataques gratuitos, además de la necesidad de someterse a las exigentes decisiones de cuerpos editoriales y otros colegiados, reiterada, insistente y pacientemente, con argumentos sólidos y convincentes.

Pero hay otras maneras de incorporarse a este colectivo, si bien hay que hacer mucho equilibrio para no ponerse en evidencia. Y no me refiero sólo al plagio o a la investigación fraudulenta, bien ilustrados en la literatura científica y por desgracia cada vez más frecuentes, sino a algo tal vez más ingenuo como el de aceptar ser incluido entre los autores por una contribución mínima (como aportar algunos pacientes o hacer correcciones gramaticales al manuscrito) o porque se es una autoridad del servicio clínico o del hospital. También se puede alcanzar este estado al proporcionar cierta información para uno de los muchos supuestos “estudios multicéntricos” que ciertas farmacéuticas llevan a cabo con fines publicitarios, comerciales o burocráticos, o al someterse, obediente y acríticamente, a instrucciones provenientes de una central en el extranjero, sin necesidad de tener una participación intelectual. También se puede uno sentir investigador cuando publica sólo reflexiones o análisis sin verdaderas aportaciones, o cuando informa de un caso que le llegó casualmente. No se trata de desacreditar los reportes de caso o los escritos reflexivos que también contribuyen a perfeccionar el conocimiento, pero no pueden calificarse válidamente como investigación científica.

El medio está, pues, lleno no sólo de pseudociencia sino también de falsos científicos. El mayor inconveniente no es el engaño a los cuerpos colegiados ni a las instituciones financiadores de la ciencia, sino que los lectores médicos tomen por ciertas las conclusiones y procedan en consecuencia con sus pacientes.

El verdadero investigador suele estar dominado por una pasión aunque trate de controlarla. Su proyecto es su prioridad. A veces hasta se olvida de comer y pierde de vista la hora de la salida. Pero entre ellos, mezclados, están los vividores, los que sólo aspiran a prestigio, fama e incentivos. Además, los científicos reconocen las limitaciones de su investigación, en tanto que los pseudocientíficos más bien exaltan las virtudes de su trabajo y soslayan los inconvenientes. Una característica de los investigadores es que reconocen su ignorancia.

Si se hace un análisis a fondo podrá verse que, lamentablemente, varios consagrados basan su prestigio en simulaciones, lo que no les impide conseguir financiamientos, acceso a centros académicos, vinculación con investigadores verdaderos, y todo ello puede aceptarse si finalmente aprenden a investigar. La trascendencia del conocimiento científico es tal que condena el futuro, se perpetúa, se perfecciona e influye fuertemente en la sociedad. La pseudociencia, en cambio, provoca falsas seguridades, desvía los caminos, eterniza los errores.

Lo más obsceno son entonces las consecuencias de la pseudociencia para quienes practican la medicina y sobre todo para los pacientes. Muchas mentiras y recomendaciones inútiles o dañinas se han perpetuado a lo largo de los años por la falta de rigor en la generación del conocimiento. Los incentivos para la investigación tienen el riesgo de pervertirse cuando lo importante es alcanzar objetivos intermedios sin la visión sobre la calidad del resultado.

Los movimientos de la epidemiología clínica, la medicina basada en evidencias, la medicina translacional han buscado que los lectores nos habilitemos para distinguir la ciencia de la pseudociencia, pero ésta puede estar tan bien hecha que nos rebase. Además, los lectores que no hacen ciencia frecuentemente carecen de los atributos cognitivos y metodológicos para discernir lo científico de lo promocional, lo falso de lo verdadero, lo válido y confiable de lo que no lo es.

Correspondencia/correspondence

Dr. Alberto Lifshitz

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